Puyazo al ego del Málaga (2-1)


El faraónico proyecto de Abdullah Al-Thani tendrá que empezar a aprender desde la derrota. Es otro tipo de forja tan válido como la victoria si se solventa desde la autocrítica y la paciencia. Eso sí, necesita más costuras el alma que el juego. Porque más que el partido, que casi nació 1-0, el equipo perdió su identidad y vendió su voluntad a Negredo muy pronto. Se pasó la mayor parte del encuentro preguntándose por qué su ego se había descafeinado. Cuando se percató de que Negredo no podía marcar, centrar, crear y defender, el partido ya había bajado la persiana.

Se pregunta la afición por qué ese equipo escondido bajo camisetas fucsias no era el Málaga. Empezó a cuestionárselo también el equipo en el tanto inicial. La primera en la frente, con la frente de Negredo, fundió los circuitos malaguistas. El pecado favorito de Demichelis, hay un mundo siempre a sus espaldas, saca lo peor de Mathijsen, su velocidad menor. Son los regalos favoritos de Negredo, más aún si el pase viene por el aire. La desconexión en la mala salida de Micho fue la bandeja que mató el partido con 89 minutos por delante. El madrileño desveló demasiado pronto las vergüenzas del equipo y desactivó el alma del Málaga, que quedó aturdido como al final de un combate.

Con las parejas de delanteros y de centrales equidistantes de Apoño y Toulalan (decepcionó el galo a las altas expectativas), el Málaga fue un equipo deshilachado que permitió al Sevilla transitar cómodamente por las zonas rojas. Por eso llegó tarde a las disputas en la medular; perdió el timón entre líneas. Arriba el fundamento de transición era bueno pero lento. Y ciego en el área, donde pudo la precipitación. En estas, Negredo, que sigue casado con una confianza imperial, leyó bien una cesión de Perotti para convertir la herida en brecha.

Cazorla y Joaquín sí funcionaron en la cadena de producción, el asturiano ofreciéndose para intermediar con los delanteros, el portuense esquivando las patadas subterráneas de Fernando Navarro y presentando alternativas en la banda. Joaquín mandó al lateral catalán al banquillo en el descanso y jugó con Coque como con un trompo. De los pocos supervivientes y reconocibles de la noche.

Pellegrini digirió la primera parte como una situación límite, por eso descolocó quitando a Apoño por Maresca. Había puesto criterio en la circulación el malagueño y resultó sorprendente que acabara como mártir. Con Sebas Fernández por Rondón, cambió de fichas pero no agitó el tablero. Se confirmó después con la entrada de Monreal en el lugar de Eliseu. El chileno no halló soluciones.

Obligado desde la garra, aprovechando que el Sevilla entró en reserva (no Negredo, quien por dos veces ante Caballero perdonó el hattrick de hattricks con Cristiano Ronaldo y Soldado), el Málaga miró más a Javi Varas. Como en el resto del partido, con más aproximaciones que remates. Y abusando del balón parado y el centro lateral. Al Sevilla, retrepado, le vino bien el papel atrincherado.

Pero hay algo que nunca perderá este Málaga: la capacidad de desequilibrio personal. A diez del final llegó una falta de las que relamen a Duda. Este año está también Cazorla. Y el asturiano mandó dos avisos, uno al luso, para pedirle permiso en el golpeo directo, y otro al Sevilla; el partido no estaba muerto. La necesidad de remontada no permitió festejar el soberbio toque de Cazorla, un derechazo a pie cambiado que Javi Varas sólo vio cuando el esférico resbaló por la red tras haber superado la barrera. Quedaba tiempo para la machada, no ideas ni fuelle. La empresa se embarulló y murió en intentos desesperados por alto. Y así el Málaga no se reconoce.

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