Un día, Antonio Santos fue a casa de su hija a ver a Jesús y se topó con Eugenio. «Es un amigo», fue la explicación que le dio su pequeña Rosa Nieves, ahora convertida en madre de sus dos nietos. El yerno, el padre de los retoños, ya no vivía bajo ese techo que el suegro construyó con sus propias manos para dar cobijo a la familia. Su hija se había separado y él ni siquiera lo intuyó.
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